jueves, 21 de julio de 2011

Lanzamiento Biblioteca de Santiago

El pasado 19 de agosto a las 18:30 hrs. se realizó el primer lanzamiento del libro Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. El evento tuvo lugar en la Biblioteca de Santiago y contó con la asistencia de más de 100 personas. La obra fue presentada por el historiador y profesor de la Universidad de Santiago de Chile, Maximiliano Salinas Campos, quien destacó la importancia de esta investigación para el conocimiento de las culturas populares de Chile, especialmente de aquellos barrios que pese a su antigüedad y tradiciones, están siendo afectados por una modernización sin miramientos. Además, realzó el aporte que hace esta obra al rescate de la memoria y diversas experiencias de las trabajadoras de la Vega Central. 

La presentación cerró con un cóctel invitado por la Vega Central, y la distribución gratuita de 50 ejemplares del libro entre los asistentes. 






lunes, 4 de julio de 2011

"Esa es mi vida. Soy una mujer luchadora, trabajadora, así soy yo..."

<< Evadiendo charcos de agua, uno que otro hoyo, colillas de cigarro, pilas con cáscaras de fruta, transitan los carretones, carros de supermercado, carros de feria, transeúntes, extranjeros, locatarios, copuchentos, vendedores ambulantes, gatos, perros y algún periodista; es que la forma de recorrer sus callejones es tan libre y variada que no requiere de protocolos especiales como ocurre por ejemplo en un mall o centro comercial. 


De sol a sombra, con responsabilidades a cuestas, compromisos maternales, futuros por construir y sueños por realizar, así es como se urden diariamente cientos de historias laborales que tienen por protagonistas a mujeres. Sacrificios y beneficios serían las palabras clave para describir la trayectoria de las veguinas, esas mismas que sin medir riesgos comienzan su jornada con el amanecer y la terminan en penumbras. 



Preocupadas de abastecer sus locales y negocios con mercaderías llegan de madrugada al patio de la Vega a proveerse de los productos necesarios para iniciar sus ventas. Sin importar el frío, el calor, la lluvia, el viento o el sol ellas están ahí, estoicas y preparadas para enfrentar las vicisitudes del día a día. Saben que el negocio –o su trabajo– es el encargado de generar los ingresos necesarios para sus familias, el mismo que les permite solventar los estudios de sus hijos, el pago de las cuentas, el arriendo de sus viviendas, cubrir los gastos de movilización del mes, la compra de los medicamentos, alimentos, vestimentas; por lo mismo sienten que la responsabilidad de que esa labor resulte está en sus propias manos:

“Yo sé que todos los trabajos de las mujeres son sacrificados, pero el nuestro es mucho más, porque nosotras no tenemos un sábado, un domingo, como lo tiene el común de las trabajadoras para poder compartir con sus hijos. Nosotras trabajamos de lunes a lunes, entonces el dolor más grande para nosotros es compartir poco con nuestros hijos, porque no podemos estar un día sábado o un domingo con ellos porque esos son los mejores días para nosotros. El día lunes podríamos hacerlo porque es como el día domingo para nosotros, pero los hijos tienen sus actividades, colegio y todo eso” (testimonio de Susana).


A la par trabajan junto a los veguinos (comerciantes, cargadores, ambulantes, etc.) para dar vida al mercado más importante de la ciudad. Sin escatimar en esfuerzos, codo a codo sacan adelante sus negocios y los quehaceres asociados a estos. Allí las diferencias “propias del sexo femenino o masculino” se ocultan tras las responsabilidades del día, de los cajones de frutas y verduras, el mesón de ventas, en el trato con los proveedores y la atención al cliente. No hay tarea que a la mujer se le impida realizar, por lo mismo su imagen como sujeto es potente, ellas han logrado apropiarse de este lugar, conquistar espacios donde comúnmente se les niega el acceso. De “sexo débil” poco o nada tienen, ellas reclaman igualdad y respeto a su entorno, reflejándose en el trato y admiración que sus compañeros de labores expresan. Los hombres reconocen el trabajo que estas mujeres desarrollan entre los pasillos del mercado, transformándose en testigos de los logros –y también fracasos– que muchas de ellas han experimentado en su paso por la Vega. Ser mujer no es un impedimento, al contrario, es un aliciente que las conmina a seguir desarrollándose, a expandir sus capacidades y por cierto a compartir dichos logros con sus familias:
“Yo soy padre y madre al mismo tiempo con mis hijos, yo crié solita a mis chiquillos. Luché harto, trabajé harto, trabajé mucho por mis hijos para darles una crianza buena. Esa es mi vida. Soy una mujer luchadora, trabajadora, así soy yo” (testimonio de Rosa H.) >>



Faenadoras de verduras, La Vega, 2011. Fotografías Genaro Hayden. 


Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 85-86. 



Años dorados de la Vega Central: cueca brava

<< Los años que van desde los 40 a los 60, reconocidos como los más prósperos de la Vega Central, se caracterizaron por el ambiente festivo y generoso que creaban los y las veguinas, y que quedó plasmado en las cuecas de Mario Catalán, famoso comerciante y músico de la Vega Central, quien retrató en sus creaciones a los personajes, gremios y la vida popular de la Vega:

“En la Vega Central, hay un hombre muy mentao
que sigue a sus amigos, es gallo muy encachao
anda por todas partes, en busca de los remates
porque no hay quien lo gane, para comprar los tomates.

La chicha con naranja
es un trago muy ladino
el Mario Catalán
les dice prefiero el vino...”[1]

“Quisiera ser martillero, si, ay, ay, ay
de feria municipal, veguino soy
para entrar en los remates, si, ay, ay, ay
esperar jubilación, veguino soy

El remate´e hortalizas
me saca pica, si, ay, ay, ay
cuando estoy con la caña
llena de chicha, veguino soy...”[2]

En ese entonces, un grupo de mujeres organizaba y participaba en los grandes actos sociales del Parque Rosedal o en la propia Vega Central, celebrando el “Día del comerciante de vegas y mercados”, instaurado en 1948: “Fueron horas y fiestas inolvidables realizadas en la época de oro de la Vega Central, cuando todo era más fácil, corría el dinero a manos llenas y se diluía en la misma forma. Los manirrotos surgían por todas partes y el veguino creó fama de generoso y buen amigo”.[3] En las afueras de la Vega, la calle bullía de actividad, entre el comercio ambulante, las cocinerías, y la enorme afluencia de público:

“En Andrés Bello no pasa’an auto, no pasa’an na’ y ahí ha’ían mesitas de pescao, la gente que vendía ajo, que vendía de todo ahí po. Así era. Sí había [una estructura grande], es que al lao habían puro’ almacenes con cocinería, to’as esas cosas, ahora no hay ya. Hay, pero dentro ‘e la vega chica sí que hay, pero en la calle como había antes hacia fuera, no. No ‘siste ya eso. La cocinería era un local y ahí tenían mesas, garzonas, de to’o po. Ta’an las ‘cachá grande’ que les llamaban. Eran unos tazones que vendían de té con leche, café, milo, lo que usté’ quería. Eso estaba por aquí por Salas. Habían depósitos de vino sí, pero no pa’ bailar ni na’, no. Acá en Recoleta sí que habían, allá en Recoleta con Douglas” (testimonio de Lucy). >>


"La Cueca Brava". Portada de disco en la Vega Central. www.cancionerodecuecas.cl

Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 49-50.




[1] “El huaso de la brisca”, Dúo Rey Silva - Mario Catalán, Puras cuecas, RCA Victor, 1968. En: Cancionero Discográfico de Cuecas Chilenas, www.cancionerodecuecas.cl.
[2] “Martilleros de la Vega”, Ibíd.
[3] “Celebrarán dignamente ‘Bodas de Oro’ del sindicato de subsistencias”. Fortín Mapocho, Santiago de Chile, febrero de 1980 (71). 

Trabajo femenino en los comienzos de la Vega

<< Desde su fundación a comienzos del siglo pasado, la Vega acogió a muchas  mujeres que dependían de los empleos que ahí se generaban para su subsistencia, dando cuenta de la gran relevancia de la fuerza de trabajo femenina en las ciudades durante la primera mitad del siglo XX. A pesar de lo que podría suponerse debido a la asociación tradicional entre las mujeres y las labores informales, en este periodo la participación femenina en este mercado no era significativa exclusivamente en estas ocupaciones –difícilmente cuantificables–, sino que tenía gran importancia también en las actividades formales. Según la nómina de comerciantes publicada en el periódico de la administración, en 1927 de un total de 415 puestos 163 pertenecían a mujeres; es decir, el 39.27% –solo del comercio establecido de la Vega– estaba en sus manos.[1]

Como se puede apreciar a partir de la relevancia femenina en la Vega Central, desde su origen, el traslado de las labores femeninas desde el espacio doméstico al mundo del trabajo fuera del hogar se produjo mucho antes de la década de 1970. Las labores femeninas comenzaron su migración desde el hogar a las calles, las fábricas, las tiendas, etc., desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando la preponderancia cada vez mayor de las ciudades y el desarrollo de diferentes industrias significó el surgimiento del mundo obrero, del trabajo formal y asalariado. El desarrollo económico generó enclaves urbanos o industriales que atrajeron a gran cantidad de campesinos con la expectativa de mejorar sus condiciones de vida. El mundo urbano se convirtió así en un polo de atracción para masas de hombres y mujeres que buscaban mejores perspectivas que las que ofrecía el abusivo régimen de trabajo servil propio del modelo latifundista. La migración campo-ciudad significó un aumento explosivo del tamaño y dinamismo de las distintas ciudades del país. En la capital, por ejemplo, entre 1920 y 1930 el porcentaje promedio de aumento anual de la población fue 29.8%[2]

Josefina Recabarren Labra, una de las "fundadoras" de la  Vega Central.
En:  Fortín Mapocho,  Santiago, 10 de enero de 1948 (12). 
La migración campo-ciudad presentó patrones de género bastante particulares, ya que mientras ellos tendieron a privilegiar el trabajo formal en actividades como la minería, la construcción de ferrocarriles, en los puertos, etc., ubicados en distintos polos o enclaves económicos dispersos por el país, las mujeres se instalaron en los arrabales populares de las grandes ciudades, especialmente en Santiago. En la capital de comienzos del siglo pasado la mayoría de la población era femenina: en 1920 de un total de 546.812 habitantes, 300.291 eran mujeres y 246.521 hombres.[3] Ese mismo año la relevancia cuantitativa de las mujeres a nivel general, se reproducía en el barrio Mapocho donde se ubicaba la Vega Central –un sector caracterizado por su gran dinamismo económico y por el desarrollo de variadas actividades comerciales más que por su carácter residencial–. Allí la presencia femenina estable también fue preponderante, y correspondía a 7.173 mujeres y 6.246 hombres.[4]


Aurora Morales, una de las comerciantes más antiguas de la Vega.
En:  Fortín Mapocho,  Santiago, febrero de 1984 (85).
Muchas de las mujeres que migraban a la capital venían solas, lo que se tradujo en la llegada masiva de campesinas sin pareja y acompañadas de sus hijos. Dicha migración marcó precedentes para el tipo de patrón familiar popular que caracterizará las primeras décadas del siglo XX, y que se hace extensivo hasta la actualidad bajo la figura de las “madres jefas de hogar”. La Vega, donde como antes precisamos una parte importante de las actividades eran llevadas a cabo por mujeres, también refleja esta realidad. La configuración familiar matriarcal siempre ha estado y continúa estando muy presente entre las veguinas. De hecho, en la Vega Antigua es posible constatar la existencia de varios ejemplos de importantes comerciantes establecidas que manejaban solas sus negocios y mantenían a su familia: como Josefina Recabarren Lastra “Doña Chepita”, una de las fundadoras en 1909, madre soltera de dos hijas;[5] la viuda Aurora Morales (llegada a la Vega en 1920) a quien “Su negocio de pensión le ha permitido darse muy buenas satisfacciones y ha conocido países como Argentina, Uruguay y Perú”;[6] o la señora María, una comerciante que partió como vendedora ambulante que llegó a ser muy rica y poderosa, y que todavía está muy presente en el imaginario colectivo de los veguinos: Antiguamente, eso es lo otro que llama’a la atención acá: muchas mujeres que vendían productos en la mano. No tenían puesto. Entre ellas estaba la señora María... Esas mujeres así mantenían su familia, habían familias completas de niñas que vendían cosas en la mano” (testimonio de tía Paula)." >>


Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 38-40. 




[1] “Nómina de Comerciantes”. La Vega. Santiago de Chile, 13 de agosto de 1927 (1).
[2] Resultados del X Censo de la Población. Imprenta Universo: Santiago, 1931.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Fortín Mapocho. Santiago de Chile, 10 de enero de 1948 (12).
[6] Fortín Mapocho. Santiago de Chile, septiembre de 1977 (63)

Modernización y cultura popular en La Chimba. Una relación conflictiva

<< En sus primeros tiempos la Vega reprodujo en su interior las tensiones y conflictos propios de la intromisión disciplinatoria de la elite a los espacios populares, los que como recién mencionamos habían experimentado un reforzamiento cultural producto de la migración campo-ciudad. Consecuentemente, la Vega de principios del siglo XX, constituyó un ejemplo paradigmático de un espacio de comercio tradicional subordinado recientemente a la clase dirigente, a la vida urbana y a las dinámicas comerciales modernas; y reprodujo en su configuración gran parte de las características y contradicciones derivadas de las modificaciones que experimentaba su entorno, las que en gran medida, derivaban de la reciente vinculación o encuentro entre realidades muy diversas y en muchos aspectos antagónicas: entre el mundo urbano y el rural; entre la elite y el mundo popular; entre la tradición y la modernidad; entre la riqueza y la pobreza; etc.


"Secuencia crecimiento histórico del Barrio La Chimba". En MÖLLER-HOLTKAMP, Tomas: Mercado Vega Central. Superposición de usos públicos. Tesis presentada a la Facultad de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile para optar al título profesional de Arquitecto. Santiago de Chile, 2009. 


A pesar de la voluntad de la clase dirigente, no bastó con cerrar y regular las “Cañadas” para terminar por completo con la riqueza cultural que en torno a ellas se desarrollaba, incluso algunas de sus manifestaciones, como el culto a Fray Andresito, subsisten hasta el día de hoy. En gran medida, la cultura popular tradicional propia de la Chimba, continuó desarrollándose al interior de la Vega y en las diferentes actividades comerciales informales que estuvieron lejos de lograr ser erradicadas. La Vega y algunos locales ubicados en los alrededores canalizaron las esferas de dispersión y expresión del mundo popular, a través de la instalación de cocinerías y cantinas en su interior,[1] donde se continuó zapateando al son de la cueca: “En la Vega se tocaba mucho y se cantaba, tocaban con tarros, con los platillos, pero precioso y con el sonido correcto que debe ser la cueca. Si ud. saca la línea de cuántas cuecas hay, nosotros tenemos cuecas veguinas, veguinas, veguinas, netamente veguinas, hablamos de cien” (Luzzi, 2002: 67). >>


Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 32-33.



[1] Estatutos de la Sociedad Anónima: Vega Central. Santiago de Chile: Imprenta Universitaria, 1911, p. 20.

Las mujeres de la Vega: presencia y trabajo femenino

<< En el imaginario colectivo y muchas veces a la luz de reportajes o artículos de prensa, la Vega Central es un lugar más bien asociado a lo masculino. A lo largo del tiempo, este tradicional mercado comúnmente ha sido representado a partir de características vinculadas al mundo de los hombres, como son la fuerza o la rudeza. Mientras los trabajadores suelen aparecer como protagonistas y configuradores de las dinámicas de este espacio, las mujeres han sido dejadas en segundo plano o son representadas y consideradas casi exclusivamente a partir del rol de compradoras, como las dueñas de casa que van a la Vega para abastecer su hogar. A pesar de lo anterior, al observar con un poco más de detención llama la atención la gran cantidad de mujeres que ahí trabajan.


Al estudiar las condiciones y dinámicas que enfrentan o caracterizan el desenvolvimiento de las mujeres en dicho espacio de trabajo, es lógico suponer que las veguinas reproducen los patrones y problemáticas de género subsistentes a nivel nacional –por ejemplo, las dificultades que produce el sistema a la hora de compatibilizar el rol laboral y el doméstico; el hecho de que reciben sueldos considerablemente más bajos que los hombres; y el machismo subsistente a nivel socio-cultural, por mencionar algunos–. Pero sorprendentemente, la Vega es un espacio bastante femenino, de hecho es imaginada o personificada por los y las veguinas como una figura más bien maternal, lo que podría relacionarse con la gran influencia y el protagonismo que han tenido las mujeres en la historia y en el cotidiano del mercado. En el discurso la Vega alimenta, la Vega cobija al desamparado, da espacio a los marginales y los cuida, por eso los veguinos dicen que después de Dios está la Vega: Aquí hay un dicho, siempre ha estao ese dicho, desde que yo fui niña chica, que ‘Después de Dios, está la Vega’, porque aquí nadie se muere de hambre. Una persona que no tiene qué comer trae una bolsa vacía, y aquí le empiezan a dar de to’os los locales algo” (testimonio de tía Paula).

Tal como los estudios de género han reseñado, el espacio público por mucho tiempo le fue restringido a la mujer, a este solo tenían acceso los hombres, al menos en teoría, pues en la práctica, como se ha evidenciado en estudios recientes sobre cultura popular chilena, las mujeres han ocupado un rol primordial al momento de ejercer labores que se inscribían fuera del espacio doméstico prácticamente desde los orígenes del país. La misma Vega constituye un claro reflejo de esta realidad, ya que a lo largo de su historia, muchísimas mujeres han encontrado ahí una fuente de sustento que les ha permitido sacar adelante a sus familias en términos económicos, costear la alimentación y los estudios de sus hijos y, en muchos casos, salir de la pobreza. Además, ya sea como vendedoras ambulantes o a través de mujeres que llegaron a convertirse en grandes comerciantes mayoristas, ellas han estado presentes y han contribuido activamente en la configuración de sus dinámicas.


Nuestra investigación apuesta a colaborar con el rompimiento del cerco teórico-metodológico de la ocupación de los espacios públicos y privados según género, pues creemos que dicha división sexual del trabajo ha quedado obsoleta y tiene poco que ver incluso con nuestra realidad histórica.[1] La Vega es un claro ejemplo de ello, ahí se vende y se cría al mismo tiempo; a la par que se observa a hombres y mujeres trabajando en el mismo espacio “público”: ambos son productores y fuerza de trabajo. Si bien existen ciertas actividades a las que se ciñen mayoritariamente uno u otro sexo, como por ejemplo la carga y transporte de productos generalmente realizada por hombres, no se puede establecer una tipologización estricta de las actividades que cada uno desarrolla, como lo demuestra la historia de vida de Andrea Lara, faenadora y cargadora a la vez. Además, en la Vega la relación de hombres y mujeres en gran medida es de colaboración, ya que tanto entre los propietarios como en los arrendatarios es común encontrar parejas y familias completas que colaboran en los puestos. En este proyecto en común, la importancia de la mujer es tan relevante e indispensable como la del hombre y los veguinos y veguinas han trabajado y se han sacrificado codo a codo.

Por otra parte, sin lugar a dudas las mujeres de la Vega son especiales, ellas han sabido hacerse respetar y marcar su presencia como protagonistas y no desde la subordinación: Aquí, en general, la mujer no ha sido discriminada, yo creo que no, yo creo que le ha dado el toque. En qué sentido: en la preocupación de atender mejor, de tener un mejor roce con la gente, del entorno, de la limpieza. No creo que sea un ambiente machista” (testimonio de Gimena). Las mujeres de la Vega son sacrificadas y trabajadoras, a quienes la crudeza de la vida ha forjado un gran carácter que les permite participar activamente en la construcción del espacio, defenderse y sacar adelante a sus familias, a la vez que son extremadamente solidarias. Las redes de apoyo a las que han dado forma, constituyen la fuente del particular sistema social que caracteriza a este tradicional espacio capitalino. Son ellas en gran medida responsables de que este mercado sea además una comunidad, por eso hoy nos acercamos a la Vega no para entrevistar a los hombres, como comúnmente se ha hecho en los medios de comunicación e incluso en investigaciones académicas, sino para rescatar las historias, anécdotas, vivencias, opiniones, sueños y frustraciones de las mujeres, de sus mujeres.>> 

Fotografías: "Cafetería La Negrita, La Vega, enero del 2011", Genaro Hayden.

Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 17-19. 



[1] Varios son los estudios de género que lo demuestran, entre los que destacan en el caso de América Latina las siguientes autoras: Elizabeth Jelin, Magdalena León, Norma Fuller, Josefina Hurtado, Ximena Valdés, Loreto Rebolledo, por nombrar solo a algunas de las teóricas que se han dedicado al estudio de las mujeres en esta región. 

domingo, 3 de julio de 2011

Trabajo, solidaridad y organización

<< Si bien la Vega Central ha sufrido todas las transformaciones antes descritas, son los y las trabajadoras de la Vega quienes han mantenido tradiciones, formas de relacionarse, formas de trabajo y de comprender este espacio que siguen haciendo del mismo un lugar con un carácter marcadamente popular. En esta investigación nos ha preocupado especialmente el rol de la mujer en ese proceso de generación de identidad y nos hemos encontrado con muchas historias donde la relación con la Vega ha sido transmitida de generación en generación por las mujeres: abuelas, madres, hijas, que no solo han recibido y dado continuidad a una forma de trabajo, sino también a emociones fuertes que hacen de la Vega un espacio fundamental en sus vidas.  


En todo este proceso de cambios, contradicciones, conflictos y luchas experimentados por la Vega Central durante la segunda mitad del siglo XX, encontramos a las mujeres participando activamente a través de comités y sindicatos, ocupando cargos de autoridad y liderando procesos políticos. Este modelo de una mujer activa políticamente convivió también con el de una mujer veguina que adquirió visibilidad a través de actividades de beneficencia y de carácter social, más acorde con un modelo tradicional de mujer, que si bien se venía gestando desde décadas anteriores, contó con especial respaldo del gobierno durante la dictadura militar, encarnado en la gestión de Lucía Iriart de Pinochet y sus centros de madres. Sin embargo, ambos modelos conviven dentro de las mismas personas y organizaciones: no se trata de dos veguinas diferentes, sino de prácticas que manifiestan diferentes visiones y dimensiones de la mujer contemporánea que no resultaron mutuamente excluyentes para las comerciantes y trabajadoras de la Vega.


Resulta difícil hacer una aproximación más o menos fidedigna acerca de la cantidad o proporción de mujeres que desarrollaron diferentes labores en la Vega Central en el periodo que abordamos en esta sección. La proporción de mujeres locatarias (dueñas o arrendatarias de locales, es decir, comerciantes establecidas), puede ser estimada a partir de datos dispersos que arrojan luces sobre el tema. En el incendio de 1974, el 33.3% de los locales damnificados pertenecían a mujeres (24 de 72);[1] mientras que en el gran incendio de 1976, de una acotada lista de 100 locales afectados, 22 pertenecían a mujeres (20.1%).[2] En listados oficiales de locatarios de la Vega Central de 1995, encontramos que un 33.25% de los locales del Sector Remodelado son asignados a mujeres (144 de 434); mientras que del Sector Antiguo, 38.36% de los locales corresponden a mujeres (160 de 417).[3] Si estos datos los comparamos con los que entregamos anteriormente para principios de siglo, resulta que la importancia relativa de las mujeres comerciantes se ha mantenido entre un 30 y 40%. 


En cuanto a las trabajadoras de la Vega Central, no contamos con los datos necesarios para establecer la proporción entre mujeres y hombres, pero considerando que el tipo de comercio y productos en la Vega de ese entonces es muy similar al de ahora, podemos suponer una fuerte presencia de mujeres en cafeterías y cocinerías (rubro que tiene una mano de obra predominantemente femenina), y en ventas de abastecimientos de todo tipo; mientras que el rubro de carga y remates, fue y sigue siendo fundamentalmente ocupado por hombres (como ejemplo, hoy el Sindicato de Cargadores cuenta con 200 afiliados, cuatro de los cuales son mujeres). Lamentablemente tampoco contamos con datos que nos permitan estimar la cantidad o proporción de comerciantes ambulantes, grupo que históricamente ha sido muy relevante en la Vega, aunque hoy sea un tipo de comercio en retirada.

La participación femenina en las organizaciones sindicales y gremiales del comercio requiere de una investigación particular, pero esperamos con estos datos dispersos de que disponemos, por lo menos dejar claro que las veguinas estuvieron muy presentes en los procesos que antes hemos descrito.[4] Algunas trayectorias personales nos pueden dar una idea de la participación destacada de las mujeres de la Vega, en las cuales los denominadores comunes son décadas de trabajo en la Vega Central, la capacidad de convocar el apoyo de toda la comunidad de veguinos y veguinas, la solidaridad y el desarrollo de organizaciones femeninas. >>

Puesto de condimentos de Jessica. Fotografía Genaro Hayden

Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 69.71.



[1] “Los 72 damnificados”. Fortín Mapocho, Santiago de Chile, marzo de 1974 (47).
[2] “El más devastador incendio en la historia de la Vega Central de Santiago: cuantiosas pérdidas”. Fortín Mapocho, Santiago de Chile, junio de 1976 (57).
[3] Estas cifras pueden variar si se considera la dificultad de saber si sociedades comerciales y sucesiones pertenecen o no a mujeres. “Listado de locatarios Vega Central de Santiago. Números de roles”, Consejo de Administración Comunidad Co-propietarios Vega Central de Santiago, Sector Remodelado; y “Listado de locatarios del Consejo de Administración del Sector Antiguo”; ambos documentos del 5 de junio de 1995.
[4] Según dato entregado por Arturo Guerrero, relacionador público de la Vega Central, la participación de las mujeres en la directiva hoy alcanza un 25.3%.