<< En el imaginario colectivo y muchas veces a la luz de reportajes o artículos de prensa, la Vega Central es un lugar más bien asociado a lo masculino. A lo largo del tiempo, este tradicional mercado comúnmente ha sido representado a partir de características vinculadas al mundo de los hombres, como son la fuerza o la rudeza. Mientras los trabajadores suelen aparecer como protagonistas y configuradores de las dinámicas de este espacio, las mujeres han sido dejadas en segundo plano o son representadas y consideradas casi exclusivamente a partir del rol de compradoras, como las dueñas de casa que van a la Vega para abastecer su hogar. A pesar de lo anterior, al observar con un poco más de detención llama la atención la gran cantidad de mujeres que ahí trabajan.
Al estudiar las condiciones y dinámicas que enfrentan o caracterizan el desenvolvimiento de las mujeres en dicho espacio de trabajo, es lógico suponer que las veguinas reproducen los patrones y problemáticas de género subsistentes a nivel nacional –por ejemplo, las dificultades que produce el sistema a la hora de compatibilizar el rol laboral y el doméstico; el hecho de que reciben sueldos considerablemente más bajos que los hombres; y el machismo subsistente a nivel socio-cultural, por mencionar algunos–. Pero sorprendentemente, la Vega es un espacio bastante femenino, de hecho es imaginada o personificada por los y las veguinas como una figura más bien maternal, lo que podría relacionarse con la gran influencia y el protagonismo que han tenido las mujeres en la historia y en el cotidiano del mercado. En el discurso la Vega alimenta, la Vega cobija al desamparado, da espacio a los marginales y los cuida, por eso los veguinos dicen que después de Dios está la Vega: “Aquí hay un dicho, siempre ha estao ese dicho, desde que yo fui niña chica, que ‘Después de Dios, está la Vega’, porque aquí nadie se muere de hambre. Una persona que no tiene qué comer trae una bolsa vacía, y aquí le empiezan a dar de to’os los locales algo” (testimonio de tía Paula).
Tal como los estudios de género han reseñado, el espacio público por mucho tiempo le fue restringido a la mujer, a este solo tenían acceso los hombres, al menos en teoría, pues en la práctica, como se ha evidenciado en estudios recientes sobre cultura popular chilena, las mujeres han ocupado un rol primordial al momento de ejercer labores que se inscribían fuera del espacio doméstico prácticamente desde los orígenes del país. La misma Vega constituye un claro reflejo de esta realidad, ya que a lo largo de su historia, muchísimas mujeres han encontrado ahí una fuente de sustento que les ha permitido sacar adelante a sus familias en términos económicos, costear la alimentación y los estudios de sus hijos y, en muchos casos, salir de la pobreza. Además, ya sea como vendedoras ambulantes o a través de mujeres que llegaron a convertirse en grandes comerciantes mayoristas, ellas han estado presentes y han contribuido activamente en la configuración de sus dinámicas.
Nuestra investigación apuesta a colaborar con el rompimiento del cerco teórico-metodológico de la ocupación de los espacios públicos y privados según género, pues creemos que dicha división sexual del trabajo ha quedado obsoleta y tiene poco que ver incluso con nuestra realidad histórica.[1] La Vega es un claro ejemplo de ello, ahí se vende y se cría al mismo tiempo; a la par que se observa a hombres y mujeres trabajando en el mismo espacio “público”: ambos son productores y fuerza de trabajo. Si bien existen ciertas actividades a las que se ciñen mayoritariamente uno u otro sexo, como por ejemplo la carga y transporte de productos generalmente realizada por hombres, no se puede establecer una tipologización estricta de las actividades que cada uno desarrolla, como lo demuestra la historia de vida de Andrea Lara, faenadora y cargadora a la vez. Además, en la Vega la relación de hombres y mujeres en gran medida es de colaboración, ya que tanto entre los propietarios como en los arrendatarios es común encontrar parejas y familias completas que colaboran en los puestos. En este proyecto en común, la importancia de la mujer es tan relevante e indispensable como la del hombre y los veguinos y veguinas han trabajado y se han sacrificado codo a codo.
Por otra parte, sin lugar a dudas las mujeres de la Vega son especiales, ellas han sabido hacerse respetar y marcar su presencia como protagonistas y no desde la subordinación: “Aquí, en general, la mujer no ha sido discriminada, yo creo que no, yo creo que le ha dado el toque. En qué sentido: en la preocupación de atender mejor, de tener un mejor roce con la gente, del entorno, de la limpieza. No creo que sea un ambiente machista” (testimonio de Gimena). Las mujeres de la Vega son sacrificadas y trabajadoras, a quienes la crudeza de la vida ha forjado un gran carácter que les permite participar activamente en la construcción del espacio, defenderse y sacar adelante a sus familias, a la vez que son extremadamente solidarias. Las redes de apoyo a las que han dado forma, constituyen la fuente del particular sistema social que caracteriza a este tradicional espacio capitalino. Son ellas en gran medida responsables de que este mercado sea además una comunidad, por eso hoy nos acercamos a la Vega no para entrevistar a los hombres, como comúnmente se ha hecho en los medios de comunicación e incluso en investigaciones académicas, sino para rescatar las historias, anécdotas, vivencias, opiniones, sueños y frustraciones de las mujeres, de sus mujeres.>>
Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 17-19.
[1] Varios son los estudios de género que lo demuestran, entre los que destacan en el caso de América Latina las siguientes autoras: Elizabeth Jelin, Magdalena León, Norma Fuller, Josefina Hurtado, Ximena Valdés, Loreto Rebolledo, por nombrar solo a algunas de las teóricas que se han dedicado al estudio de las mujeres en esta región.
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