lunes, 4 de julio de 2011

"Esa es mi vida. Soy una mujer luchadora, trabajadora, así soy yo..."

<< Evadiendo charcos de agua, uno que otro hoyo, colillas de cigarro, pilas con cáscaras de fruta, transitan los carretones, carros de supermercado, carros de feria, transeúntes, extranjeros, locatarios, copuchentos, vendedores ambulantes, gatos, perros y algún periodista; es que la forma de recorrer sus callejones es tan libre y variada que no requiere de protocolos especiales como ocurre por ejemplo en un mall o centro comercial. 


De sol a sombra, con responsabilidades a cuestas, compromisos maternales, futuros por construir y sueños por realizar, así es como se urden diariamente cientos de historias laborales que tienen por protagonistas a mujeres. Sacrificios y beneficios serían las palabras clave para describir la trayectoria de las veguinas, esas mismas que sin medir riesgos comienzan su jornada con el amanecer y la terminan en penumbras. 



Preocupadas de abastecer sus locales y negocios con mercaderías llegan de madrugada al patio de la Vega a proveerse de los productos necesarios para iniciar sus ventas. Sin importar el frío, el calor, la lluvia, el viento o el sol ellas están ahí, estoicas y preparadas para enfrentar las vicisitudes del día a día. Saben que el negocio –o su trabajo– es el encargado de generar los ingresos necesarios para sus familias, el mismo que les permite solventar los estudios de sus hijos, el pago de las cuentas, el arriendo de sus viviendas, cubrir los gastos de movilización del mes, la compra de los medicamentos, alimentos, vestimentas; por lo mismo sienten que la responsabilidad de que esa labor resulte está en sus propias manos:

“Yo sé que todos los trabajos de las mujeres son sacrificados, pero el nuestro es mucho más, porque nosotras no tenemos un sábado, un domingo, como lo tiene el común de las trabajadoras para poder compartir con sus hijos. Nosotras trabajamos de lunes a lunes, entonces el dolor más grande para nosotros es compartir poco con nuestros hijos, porque no podemos estar un día sábado o un domingo con ellos porque esos son los mejores días para nosotros. El día lunes podríamos hacerlo porque es como el día domingo para nosotros, pero los hijos tienen sus actividades, colegio y todo eso” (testimonio de Susana).


A la par trabajan junto a los veguinos (comerciantes, cargadores, ambulantes, etc.) para dar vida al mercado más importante de la ciudad. Sin escatimar en esfuerzos, codo a codo sacan adelante sus negocios y los quehaceres asociados a estos. Allí las diferencias “propias del sexo femenino o masculino” se ocultan tras las responsabilidades del día, de los cajones de frutas y verduras, el mesón de ventas, en el trato con los proveedores y la atención al cliente. No hay tarea que a la mujer se le impida realizar, por lo mismo su imagen como sujeto es potente, ellas han logrado apropiarse de este lugar, conquistar espacios donde comúnmente se les niega el acceso. De “sexo débil” poco o nada tienen, ellas reclaman igualdad y respeto a su entorno, reflejándose en el trato y admiración que sus compañeros de labores expresan. Los hombres reconocen el trabajo que estas mujeres desarrollan entre los pasillos del mercado, transformándose en testigos de los logros –y también fracasos– que muchas de ellas han experimentado en su paso por la Vega. Ser mujer no es un impedimento, al contrario, es un aliciente que las conmina a seguir desarrollándose, a expandir sus capacidades y por cierto a compartir dichos logros con sus familias:
“Yo soy padre y madre al mismo tiempo con mis hijos, yo crié solita a mis chiquillos. Luché harto, trabajé harto, trabajé mucho por mis hijos para darles una crianza buena. Esa es mi vida. Soy una mujer luchadora, trabajadora, así soy yo” (testimonio de Rosa H.) >>



Faenadoras de verduras, La Vega, 2011. Fotografías Genaro Hayden. 


Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 85-86. 



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