lunes, 4 de julio de 2011

Trabajo femenino en los comienzos de la Vega

<< Desde su fundación a comienzos del siglo pasado, la Vega acogió a muchas  mujeres que dependían de los empleos que ahí se generaban para su subsistencia, dando cuenta de la gran relevancia de la fuerza de trabajo femenina en las ciudades durante la primera mitad del siglo XX. A pesar de lo que podría suponerse debido a la asociación tradicional entre las mujeres y las labores informales, en este periodo la participación femenina en este mercado no era significativa exclusivamente en estas ocupaciones –difícilmente cuantificables–, sino que tenía gran importancia también en las actividades formales. Según la nómina de comerciantes publicada en el periódico de la administración, en 1927 de un total de 415 puestos 163 pertenecían a mujeres; es decir, el 39.27% –solo del comercio establecido de la Vega– estaba en sus manos.[1]

Como se puede apreciar a partir de la relevancia femenina en la Vega Central, desde su origen, el traslado de las labores femeninas desde el espacio doméstico al mundo del trabajo fuera del hogar se produjo mucho antes de la década de 1970. Las labores femeninas comenzaron su migración desde el hogar a las calles, las fábricas, las tiendas, etc., desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando la preponderancia cada vez mayor de las ciudades y el desarrollo de diferentes industrias significó el surgimiento del mundo obrero, del trabajo formal y asalariado. El desarrollo económico generó enclaves urbanos o industriales que atrajeron a gran cantidad de campesinos con la expectativa de mejorar sus condiciones de vida. El mundo urbano se convirtió así en un polo de atracción para masas de hombres y mujeres que buscaban mejores perspectivas que las que ofrecía el abusivo régimen de trabajo servil propio del modelo latifundista. La migración campo-ciudad significó un aumento explosivo del tamaño y dinamismo de las distintas ciudades del país. En la capital, por ejemplo, entre 1920 y 1930 el porcentaje promedio de aumento anual de la población fue 29.8%[2]

Josefina Recabarren Labra, una de las "fundadoras" de la  Vega Central.
En:  Fortín Mapocho,  Santiago, 10 de enero de 1948 (12). 
La migración campo-ciudad presentó patrones de género bastante particulares, ya que mientras ellos tendieron a privilegiar el trabajo formal en actividades como la minería, la construcción de ferrocarriles, en los puertos, etc., ubicados en distintos polos o enclaves económicos dispersos por el país, las mujeres se instalaron en los arrabales populares de las grandes ciudades, especialmente en Santiago. En la capital de comienzos del siglo pasado la mayoría de la población era femenina: en 1920 de un total de 546.812 habitantes, 300.291 eran mujeres y 246.521 hombres.[3] Ese mismo año la relevancia cuantitativa de las mujeres a nivel general, se reproducía en el barrio Mapocho donde se ubicaba la Vega Central –un sector caracterizado por su gran dinamismo económico y por el desarrollo de variadas actividades comerciales más que por su carácter residencial–. Allí la presencia femenina estable también fue preponderante, y correspondía a 7.173 mujeres y 6.246 hombres.[4]


Aurora Morales, una de las comerciantes más antiguas de la Vega.
En:  Fortín Mapocho,  Santiago, febrero de 1984 (85).
Muchas de las mujeres que migraban a la capital venían solas, lo que se tradujo en la llegada masiva de campesinas sin pareja y acompañadas de sus hijos. Dicha migración marcó precedentes para el tipo de patrón familiar popular que caracterizará las primeras décadas del siglo XX, y que se hace extensivo hasta la actualidad bajo la figura de las “madres jefas de hogar”. La Vega, donde como antes precisamos una parte importante de las actividades eran llevadas a cabo por mujeres, también refleja esta realidad. La configuración familiar matriarcal siempre ha estado y continúa estando muy presente entre las veguinas. De hecho, en la Vega Antigua es posible constatar la existencia de varios ejemplos de importantes comerciantes establecidas que manejaban solas sus negocios y mantenían a su familia: como Josefina Recabarren Lastra “Doña Chepita”, una de las fundadoras en 1909, madre soltera de dos hijas;[5] la viuda Aurora Morales (llegada a la Vega en 1920) a quien “Su negocio de pensión le ha permitido darse muy buenas satisfacciones y ha conocido países como Argentina, Uruguay y Perú”;[6] o la señora María, una comerciante que partió como vendedora ambulante que llegó a ser muy rica y poderosa, y que todavía está muy presente en el imaginario colectivo de los veguinos: Antiguamente, eso es lo otro que llama’a la atención acá: muchas mujeres que vendían productos en la mano. No tenían puesto. Entre ellas estaba la señora María... Esas mujeres así mantenían su familia, habían familias completas de niñas que vendían cosas en la mano” (testimonio de tía Paula)." >>


Carolina Bastías, Consuelo Hayden y Daniela Ibáñez (editoras): Mujeres de la Vega: género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago. Santiago de Chile, 2011, pp. 38-40. 




[1] “Nómina de Comerciantes”. La Vega. Santiago de Chile, 13 de agosto de 1927 (1).
[2] Resultados del X Censo de la Población. Imprenta Universo: Santiago, 1931.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Fortín Mapocho. Santiago de Chile, 10 de enero de 1948 (12).
[6] Fortín Mapocho. Santiago de Chile, septiembre de 1977 (63)

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